Por: Salomon Raydan
La industria del micro crédito se ha venido transformando desde hace algunos años. La idea inicial de financiar a los más pobres, ha evolucionado hacia el financiamiento de aquellos marginados del sistema formal, que “puedan pagar las muy altas tasas de interés” cobradas por las instituciones financieras.
Poco ha importado últimamente que algunas instituciones micro financieras cobren tasas de interés superiores al 100% anual. La rentabilidad de los inversionistas que reclaman algunas instituciones financieramente agresivas o la sostenibilidad de los programas que impugnan otras con mayor orientación social, han sido la excusa sobre la cual justifican semejantes tasas de interés.
El principio lógico que daba pie a estas justificaciones eran los llamados “costos transaccionales”. Entre más pequeño es un crédito, más altos sus costos y, por lo tanto, se requiere cobrar una alta tasa de interés. Frases hachas y muy utilizadas como aquella de que “Un crédito de 100 dólares cuesta tanto como un crédito de mil dólares, por lo tanto, es natural que los créditos más pequeños tengan tasas más altas”, se dejaron escuchar en todos los escenarios y aparecían como una excusa ideal en los medios de comunicación.
La tarea parecía entonces desarrollar tecnologías y metodología que ayudaran a reducir estos costos transaccionales para que, los más pobres, pudieran recibir créditos a tasas más bajas. Se invirtieron millones de dólares para lograr que las organizaciones pequeñas de micro créditos utilizaran mejores métodos y tecnología capaces de reducir los costos, bajo la promesa que estas reducciones se trasladarían al cliente.
La realidad es que esta promesa nunca llegó y los más pobres no solo se han visto forzados a pagar tasas cada día mayores, sino que la industria micro financiera comenzó a movilizar sus clientes hacia sectores de la población de mayor capacidad económica. En otras palabras, hacia aquellos capaces y dispuestos a pagar las altas tasas de interés.
Algunas instituciones micro financieras empezaron a ser tan rentables, que pudieron ofrecer a sus inversionistas tasas de rentabilidad realmente atractivas. La frase de “financiar a los pobres es un buen negocio” se acuñó entre inversionistas de todo el mundo.
Semejante rentabilidad es natural que traiga competidores de muchos sectores y en los últimos años han surgido las llamadas “plataformas de financiamiento”. Se trata de un sin número de plataformas tecnológicas que persiguen atraer un gran volumen de clientes, bajo la promesa de créditos rápidos, sin muchos requisitos.
Cuando uno analiza por ejemplo las últimas tendencias financieras en lo que han llamado “FINTECH”, se da cuenta que la mayoría de las innovaciones se orientan a dos cosas: Aplicaciones telefónicas para transar de manera directa, muchas veces sin la necesidad de pasar por la banca formal y a Plataformas que ofrecen créditos rápidos y sin complicaciones.
Cuando analizamos la mayoría de estas plataformas de crédito lo primero que encontramos es que sus clientes ya no son los “pobres de los pobres” a los cuales alguna vez apuntaron los micro créditos, sino clientes de estratos económicos medios y medio altos, que por distintas razones han están excluido del sistema financiero formal. Se trata en muchos casos, por ejemplo, de miembros de la clase media que, por razones diversas han sido clasificados con un bajo score crediticio o que, por razones inclusive no imputables a ellos mismos, han sido colocado en las “listas Negras” de las “data crédito”.
La otra gran sorpresa es que los costos y tasas que se cobran algunas de estas plataformas, superan en términos reales, el 150% anual. Lo más cruel del asunto, es que algunas se presentan como “innovaciones sociales” que apuntan a superar las limitaciones de acceso a servicios financieros o, más cínicamente, para apoyar a los pobres.
La verdad es que se trata de “nuevos y tecnológicos prestamistas especuladores” que se aprovechan de un sistema regulatorio que en muchas ocasiones favorece el surgimiento de tales abusos. Estos son los Nuevos “Tiburones del dinero” ocultos tras innovaciones tecnológicas que un día ofrecieron reducir los costos transaccionales, para favorecer a los más necesitados y ahora, amparados bajo supuestas “innovaciones sociales”, siguen repitiendo el viejo modelo de los prestamistas de barrio, pero de manera más TECH.